Hubo una vez una niña
con los ojos transparentes,
una pequeña Isabel que contemplaba el mundo
como quien tiene tiempo
y quiere saber
dónde está y cuánto vale
Una Isabel que tenía otro nombre que llevarse a la cama
y una familia que era toda su vida
Y se levantaba cantando
Y se lavaba cantando
Y estudiaba cantando hasta los deberes
Una pequeña Isabel
que enseñaba cantando a sus hermanos
a volver del Retiro
más puntuales
Una cándida Isabel
que comía con la boca tan llena de canciones
que se olvidaba hasta de dormir
Una Isabel arrapieza que aprendió a escribir lo que su mente canturreaba
sin mucho esfuerzo
mientras daba forma y color a las canciones que sus ojos preferían
casi cantando
Pero como cantar no era lo suyo
se murió su abuela de repente
Y su padre destrozado empezó a decirle con voz de padre:
¡No pierdas tu tiempo cantando
y pinta!
Y pasaron muchos días oscuros y bárbaros
pero no consiguió hacerle sentir ni mejor padre ni mejor hijo
¿Intentarás no tirar tu tiempo pintarrajeando
cuando lo tuyo siempre han sido las palabras?
añadía invariablemente padre,
con la solemnidad de los sueños agostados y un presente sin perdices
Y la niña Isabel
que siempre fue muy alta
pensó que Dios tenía que ser otra cosa
Y dejo de ofrecerle su obediencia
Y empezó a guardarse tan adentro sus huellas y sus molinos
que se llenó de versos y de lluvia
Y aprendió a cantar bajito envuelta en llamas
como un náufrago que viene a arder en otro incendio
Y pintaba
a escondidas
jardines llenos de flores
Y como la noche era
tan solo para los lobos
escribía a oscuras con una inspiración insólita
Sin molestar a nadie
Y recorría las calles con sus ojos vírgenes
buscando una explicación que no doliera
Y empezó a dejar
cantando
que se amontonaran los días y sus noches
sin mucha esperanza
Y cuando sus hermanos dejaron de ser hermanos para ser problemas
y su padre
empezó a correr por la casa con un hacha detrás de Carlos
se convirtió en padre y en memoria
Y cuando su madre no pudo más
-sin rechistar-
se mudó en madre
Y cantaba en el tren hacia Derecho
con un poco de escoliosis y mucha añoranza
porque necesitaba demasiado y con demasiado candor
Y pintaba con entusiasmo
los carteles de las fiestas a las que no iba
por hacerse un favor y nuevos desafíos
Y escribía mucho esforzándose menos
porque había descubierto a un precio asequible
una farola libre de perjuicios
que además de luz
portaba musas
Y repartía poemas en los pasillos
como quien comparte pasquines de chocolate
hasta que la noche no fue bastante para escribir
y sus versos
fueron a parar a la puerta equivocada
huyendo de un elfo que fingía ser niño
Hasta que un discípulo de Adán
con nombre de santo y los ojos llenos de encinas
le ofreció la suerte de haberle conocido mejor a él que a otro
Y la hipnotizó muchas tardes de camino al trabajo
como una paciente araña enredaría al insecto que quiere devorar
Y se apropió sutilmente de su virginidad incómoda
Y la condenó a no cantar con su voz de niña guardando ausencias
Y la oscureció lentamente
como si la odiase
para que no pudiera huir sin extinguirse
Y fue pasando el tiempo sin mucha solución
Sin duda los hados
andaban buscando curro en el Caribe
que allí hay mejor sol, y más caliente
Y de allí a la hecatombe
todo fue un suspiro:
En un mismo verano se quebró su casa y su futuro
con tanta naturalidad
que no tenía remedio
Mientras los hijos perdían la memoria y la noción del tiempo
en una moda que se disfrazaba de bálsamo
el padre se desbocó en un dolor que partía de unos genes díscolos
Isabel
que siempre fue alta y siempre será niña
presintió la pérdida una tarde de domingo
y se sintió nadie
Y escribió con una mueca de dolor el martes fatídico
una oferta de luz a cambio de la sangre de su hermano
sin mucha tristeza
que ella tenía menos ganas y brillaba menos
Pero no fue bastante
No llovía. Era el mayo hermoso de las flores
Pero la luna se volvió agria
y la muerte de Carlos le paró el despertador y la voz cantora
Como un turista desconcertado en una capital ajena
buscó unas escaleras para bajar al infierno
donde se habían dormido todos
Contó los escalones
Había que llevar la cuenta para subir
Pero sólo consiguió llegar al semisótano
con sus expadres en los brazos
Estaban tan cansados que se querían morir
en esta vida
y pidieron dejarse estar sin más anhelos
El mundo era un túnel sin estrellas donde perder un hijo no era el único llanto
Y no hubo oraciones que no aprendiera
Y no hubo sombras que no intentara romper para redimirlos
Pero no fue bastante
Y como Isabel era de un barro que no se cansa
vendió su biografía
se empeñó en mover a Aris hasta otro borde
improvisando con humildad y sin bravatas
unas huellas más dignas y con menos remordimientos
Y perdió la memoria de lo por venir
y dejó pasar los trenes
y se dijo
Nunca Nunca Nunca
Y se dio un respiro
Y empezó a bailar con una nueva música
que no salía del corazón
pero dolía menos
Y dejó de escribir y de sentirse viva
Y lo de pintar se lo legó a su hermano
Y cuando pensó que ya no había más que hacer
se encontró en la noche vestido de duende
un camaleón con los ojos verdes y el corazón cerrado
que le prometió que a él no le pasaría nada
Y lo convirtió en el padre de sus hijas
antes del 2020
Y como en todos las fábulas
fue pasando el tiempo
no a favor de todos
por igual
La niña Isabel
en vez de crecer se fue rompiendo
Un pedazo para uno
Un pedazo para otro
Isabel no era dueña ni de su propio corazón
Y cuando se hizo insostenible
hasta seguir respirando
y no halló un puente abierto al que tirar las sombras
se encontró un hermoso caballero de ojos azul invierno
que había cambiado su brioso corcel
por un sencillo piano
más aconsejable para cualquier espalda
Y sin saber porqué
ni cómo
al descubrir su dolor en sus pupilas esquivas
la dijo serenamente
no te preocupes por nada que va a cambiar tu suerte
contagiada de la mía
Y la niña Isabel
quedó temblando
herida de amor y de nostalgia
en un pliegue del viento
con los labios húmedos y abiertos
dispuesta a todo
esperando el beso de amor que siempre hay en todas las historias
incluso en las que no tienen finales felices.